La respuesta está en Dios
Vivir en cristiano
Nuestra responsabilidad
ante el mundo
¡No sólo somos seres que nacen, comen, duermen, trabajan, procrean y mueren. Somos alguien muy importante para nuestro
Creador! Nuestro nombre está inscrito en su “mente” desde el principio de los tiempos. Nos ama desde el día uno.
Y tiene un plan para nosotros. Ha puesto en nuestro camino diversas formas de interactuar con la Creación en cumplimiento de
ese plan divino:
“...Cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, los hombres pueden entrar deliberadamente
en el plan divino, no sólo por sus acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos.”
(“Catecismo de la Iglesia Católica”. Párrafo 307)
Por ello pasamos, durante nuestra existencia, por situaciones de toda índole que se convierten en una gran oportunidad: el
sufrimiento, sí, es una de ellas, como se explica en la página dedicada al tema en esta misma web, pero también todos nuestros
encuentros y relaciones con el prójimo, tanto sea individual como globalmente.
El prójimo. Ellos son nuestros hermanos de navegación, todos juntos viajamos hacia el infinito en el barco de la vida, luchando
contra las tempestades y el huracán, contra el rayo y las grandes olas, contra los golpes y las brechas que el barco pueda sufrir
fruto del envite con los “tiburones” del mar de la vida..., pero siempre tratando de llegar a buen puerto a pesar de todo.
Y en medio de la galerna no vale atarse al palo mayor para no ser arrebatados (léase: no vale inhibirse del entorno). Eso no nos
haría dignos de ser llamados seres humanos dotados de algo más que un cuerpo, ni tampoco de la esperanza de una eternidad
en feliz plenitud. Sólo vale la pena afrontar la vida, para hacerla útil y humanamente “rentable”, ayudando a que los demás
también lleguen a puerto, colaborando con ellos para que sobrevivan a la tempestad, codo con codo, luchando contra la
adversidad y el mal.
El Catecismo, tratando el tema de la Justicia Social, menciona que:
“Las diferencias entre las personas obedecen al plan de Dios que quiere que nos necesitemos los unos a los
otros. Deben alentar la caridad.”
(Catecismo de la Iglesia Católica. Párrafo 1946. En el resumen del capítulo sobre la justicia social)
La caridad. Eso constituye nuestro sentido existencial. Y debiera ser nuestro anhelo, nuestro deseo, nuestra motivación,
cobrando su plenitud en la colaboración fraterna (al fin y al cabo todos somos hermanos aunque no tengamos ningún
parentesco familiar) porque sólo así puede mejorarse el mundo, sólo así caminaremos, paso a paso, hacia la optimización y la
excelencia de la existencia humana y del entorno que la contiene.
Si nos diéramos siempre cuenta, cada día, de que vivimos en comunidad y de que los demás nos necesitan de una u otra forma
porque son compañeros nuestros en el viaje de la vida, nuestra implicación personal en el devenir de la historia de la
humanidad sería mayor y mejor, porque somos y representamos una parte de ella, por pequeña, por pequeñísima, que ésta
pueda ser.
“Todo hombre es un pedazo de mí mismo, porque yo soy parte y miembro de la humanidad. Todo cristiano es
parte de mi cuerpo, porque somos miembros de Cristo. Lo que hago, para ellos y con ellos y por ellos lo hago
también. Lo que hacen, en mí y por mí y para mí lo hacen. Con todo, cada uno de nosotros permanece
responsable de su participación en la vida de todo el cuerpo. (...) Nada, absolutamente nada tiene sentido, si
no admitimos, con John Donne, que "los hombres no son islas, independientes entre sí; todo hombre es un
pedazo del continente, una parte del todo"”.
(Thomas Merton, nacido en Francia. De “Los hombres no son islas”. Citado en la web: www.novabella.org)
Y ese formar parte del todo que representa la humanidad entera, evidencia nuestro papel protagonista en la marcha del mundo,
sin escudarnos en que si Dios parece no remediar lo que no marcha bien en nuestra sociedad ¿por qué tenemos que hacerlo
nosotros? Nuestra corresponsabilidad es evidente como explicitan estas comprometedoras palabras del monje cisterciense
Agustí Altisent, hablando de Auschwitz:
“Más que una pregunta sobre Dios, Auschwitz es una pregunta sobre nosotros mismos. ¡Somos tan hábiles en
condenar a Dios por adelantado, sin examinar nuestra conciencia!
Su silencio, ¿no será el que, de cerca o de lejos, le imponemos nosotros? Porque los crematorios siguen
funcionando noche y día, de otras formas, con otros nombres, en otras geografías. En todas partes, hoy como
entonces, Dios es arrojado a la cámara de gas de los justos. Si se ve así, lo inquietante no es saber donde está
Dios: lo inquietante es saber donde estamos nosotros.”
(Agustí Altisent. Monje cisterciense de Poblet. De una carta en “La Vanguardia”)
o esas otras palabras de Anthony de Mello:
“Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de
conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: “¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no
haces nada para solucionarlo?”
Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: “Ciertamente que he
hecho. Te he hecho a ti”.
(Anthony de Mello, jesuita. De “El canto del pájaro”)
En la misma línea que A. Altisent, y que Anthony de Mello, el teólogo Manuel Fraijó define de forma muy clara cual es nuestra
implicación con el mundo que nos rodea, cual nuestra responsabilidad social y humana, qué es lo que la conciencia tendría que
recordarnos constantemente si tuviéramos suficientemente despierta nuestra sensibilidad espiritual de seres humanos... Porque
no hay nada más triste que ocupar sólo un espacio en el aire, o no dejar en la tierra más huella que un hueco en el cojín del
sofá, o pasar por la vida sin que nadie se acuerde de nosotros, cuando ya no estemos aquí, con una sonrisa afectuosa por lo
menos:
“"Jesús curó y ayudó a algunos en su tiempo; pero, ¿qué significa esto para la humanidad?" (...) El hecho de
que algunos hombres experimentasen entonces que pasó haciendo el bien, que era poderoso en obras y
palabras, ¿qué significa hoy para los marginados de turno, para los enfermos incurables, para los que sufren?
¿Es posible vivir del recuerdo de que Jesús trató con misericordia a unos pocos? (...) ¿Y los paralíticos que
nunca oyeron ni oirán el "Levántate, toma tu camilla y anda?" (Mc. 2, 9) (...) Hablar de Jesús y los marginados
puede ser hasta reconfortante y alentador. Pero la entrega de Jesús al mundo de la marginación culmina en
una invitación a todos nosotros. Después de alabar al buen samaritano (...) Jesús termina diciendo: "Vete y
haz tú lo mismo" (Lc. 10, 37).”
(Manuel Fraijó. Doctor en Teología y Filosofía. De su libro “Jesús y los marginados”)
En definitiva: somos responsables de la marcha de este mundo. Y aunque a primera vista parezca una afirmación desmedida,
pues incapaces nos vemos de poder cambiarlo todo, no lo es si mejoramos, al menos, el de aquel que lo precisa. De hecho,
nada menos que el físico Albert Einstein lo reconoció así:
“La vida es peligrosa, no por los hombres que hacen el mal, sino por los que se sientan a ver qué pasa.”
(Albert Einstein. Físico alemán, autor de la Teoría de la Relatividad, que le dio gran fama y prestigio. Premio Nobel. Citado en “Balas de plata” de Elmer Mendoza).
Me explico: La inhibición, el pasotismo, el mirar a otro lado, el esconder la cabeza bajo el ala para no ver los problemas y las
necesidades de los demás, es la más despreciable de las actitudes. Por contra, podremos mirarnos al espejo sin sonrojarnos si
nos cuidamos de solventar -o por lo menos lo intentamos- las precariedades y necesidades de la vecina del tercero, esa señora
de ochenta años que vive sola, que llega a fin de mes unicamente si hace grandes economías, que se ve obligada a privarse de
muchas cosas que los demás malgastamos sin miramientos, que no tiene a nadie que le haga los más elementales encargos,
que no puede salir sola a la calle porque no le aguantan las piernas, que vive ahora sin ese televisor que le aportaba cierta
distracción (aunque a veces viera cosas no siempre recomendables) porque se le estropeó el mes pasado y sigue sin arreglarlo
por no tener el dinero suficiente para ello, etc... habremos cambiado su mundo. Sí, claro que sí, podremos decir bien fuerte y
bien alto que HEMOS CAMBIADO EL MUNDO. Sólo el de esa señora, claro, pero para ella seguro que representará muchísimo
que le hayan “cambiado su mundo”. Su vida, gris y oscura, se habrá vuelto más luminosa e ilusionada.
¿Te das cuenta de lo bello que es ser cristiano? ¿Comprendes qué sentido tan maravilloso tiene nuestra vida? Aunque, de
hecho, ese sentido pueden tenerlo también las vidas de los no creyentes. Claro que por no haber admitido a Cristo en su
corazón, a Aquel que les llama y exhorta, les resultará más difícil darse cuenta e imposible darle un sentido trascendente. Bien
es cierto que todos conocemos algunos ejemplos de personas no creyentes que se comportan más cristianamente que algunos
bautizados. Lo sé. Pero también es cierto que tener claro como divisa de nuestra vida el amor al prójimo gracias a haber
integrado en ella el mensaje vital del cristianismo ayuda, y mucho, a identificar el objetivo de nuestra existencia y el porque de
nuestra presencia en este mundo.
Los Evangelios, nuestro “manual” de instrucciones, lo explican.