El Evangelio contado a los escépticos
La respuesta está en Dios
Será fruto de la religiosidad de la época en que fueron pintados los cuadros que motivan estas líneas,... será porque quisieron
revestir los hechos con un poco más de impactante espectacularidad,…será, quizás, por una lectura poco reflexiva y demasiado
rápida del texto... o por haberse dejado influir por otras imágenes pictóricas vistas anteriormente sin comprobar su veracidad,
mediante lectura bíblica, de lo que se reproducía en ellas,... será, tal vez, porque los pintores no se plantearían una reflexión
profunda de los textos sagrados pensando que eso correspondía más a la jerarquía de la Iglesia, a los sacerdotes y a las
órdenes monásticas...
Sea como sea, el caso es que innumerables pintores, especialmente entre los denominados “clásicos”, nos han transmitido el
mensaje de los evangelios alterado, a su manera, adaptado a su religiosidad particular. Algunas de sus obras han inducido e
inducen a ciertos errores de interpretación que vale la pena subrayar, porque no siempre la imagen de Jesucristo que se ha
transmitido por este medio ha sido la correcta, a veces, incluso, siendo plenamente incorrecta.
Deshagamos algunos de estos "entuertos" y entremos en el tema:
Jesús nunca fue violento
Eso sería a juzgar por las múltiples pinturas que se han hecho, en
todas las épocas, referidas al episodio de Jesús echando del templo
a comerciantes, a cambistas, al ganado, etc.
Son incontables las versiones pictóricas que se han hecho de aquel
momento, incluyendo algunos pintores de fama como el Greco o
Rembrandt, del que reproducimos su cuadro junto a estas líneas.
Por lo menos, cuatro de las que se hallan en el Museo del Prado (de
Francesco i Jacopo Bassano, Matthias Stom y Giovanni Paolo
Panini), muestran a Jesús blandiendo el látigo de cuerdas contra las
personas, arremetiendo contra los que convertían el Templo de Dios
en un mercado.
Y así, muchas veces, en las pinturas clásicas que intentan reflejar
aquel episodio.
No sorprende la actitud de Jesús en los evangelios de Mateo, Marcos
y Juan porque refleja el lógico enfado de quien ve convertido el lugar
de oración y adoración por excelencia, es más, la casa de Dios, en
un simple mercadillo. Él, hijo del Padre, no puede soportar ni pasar
por alto tal comportamiento y, en coherencia con ello, obliga a todos
los que negocian en el recinto sagrado a marcharse, con sus
mercancías, casi diría que a huir precipitadamente de él.
Hasta aquí comprensible, lógico, justo.
Pero... ¿y lo del látigo? ¿cómo hablan de él los evangelios?
Los textos de Mateo (cap. 21, vers. 12-17), el de Marcos (cap. 11,
vers. 15-18) y el de Lucas (cap. 19, vers. 45), narran el episodio con
ligeros diferentes matices entre un relato y otro pero sin mencionar
ningún látigo de cuerdas. Sólo Juan (cap 2, vers. 13-17) habla de él:
"Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos.
Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el
dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: ‘Quitad esto de aquí. No
hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado’".
¿Dónde se dice que blandiera el látigo contra las personas? ¿De que otra forma puede echarse de un sitio al ganado (ovejas,
bueyes) si no es con algo que les hostigue (y eso lo saben bien los ganaderos) ¿Podría haber tenido resultado su acción sin la
ayuda (exclusivamente para animales) de un objeto que les azuzara como el látigo?
El texto de arriba, sacado de la Biblia de Jerusalén, es claro en cuanto a no afirmar, en ningún momento, que las personas
sufrieran daño por los supuestos golpes de Jesús que los pintores clásicos introdujeron en sus cuadros. Pero otra conocida y
valorada traducción de la Biblia, seguramente la más usada hoy en Cataluña, la BCI -Biblia catalana-, matiza: "Entonces, se
hizo un látigo de cuerdas y los sacó a todos fuera del templo, tanto las ovejas como los terneros".
O sea, (en esta traducción se entiende mejor), ¿a quien sacó del templo con el látigo de cuerdas?: a ovejas y terneros.
Vale la pena destacar que a los vendedores de palomas (para echarlas no le servía de nada el látigo) les habló y conminó a
sacar esas aves del templo, no les forzó mediante ninguna violencia: "y dijo a los que vendían palomas: ‘Quitad esto de aquí.
No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.’" (Juan, 2, 16)
Luego, ¿porque pensaron los pintores clásicos que con los otros mercaderes si usó la violencia?
Una simple suposición, nada más, ya que los evangelios no lo indican en ningún momento.
Total, una lectura rápida del texto: "látigo", "mercaderes", "echó"... y la imagen mental que se forma en el cerebro es la de Jesús
azotando a las gentes.
Un pensamiento imposible para quien conoce el resto del Evangelio, para quien sabe que la violencia, en Jesús, no existió
nunca, sino todo lo contrario. El Mensajero del Amor nunca habló de violencia, sino de paz. (Bueno, sí, en una ocasión, cuando
metafórica y premonitoriamente dijo que había venido al mundo a traer espada y división, pero referido al hecho de que en una
misma familia y en el tema del seguimiento de Dios, unos estarían enfrentados a los otros por querer seguir diferente camino
espiritual).
Un Jesús que había proclamado:
"Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra".
o:
"Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios".
(Mateo cap. 5, vers. 4 y 9)
Un Jesús que aconsejaba siempre la pacificación entre las personas:
"Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti,
deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas
tu ofrenda".
(Mateo cap. 5, vers. 23-24).
Un Jesús que dictaminaba:
"Tened paz unos con otros".
(Mateo, cap 9, vers. 50)
Un Jesús que reñía vehementemente a sus discípulos cuando éstos, con la soldadesca que iba a prenderle, actuaron
violentamente:
"Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: 'Señor, ¿herimos a espada?' y uno de ellos hirió
al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha. Pero Jesús dijo: ‘¡Dejad! ¡Basta ya!’ Y tocando la oreja
le curó".
(Lucas, cap. 22, vers. 49-51)
Un Jesús, en definitiva, cuya prescripción principal era, precisamente, el Amor, pero que ante la falta de respeto, la indignidad,
la ignominia y el mal uso de los lugares santos no pudo por menos que actuar con presteza y efectividad (hombre era, al fin y al
cabo), pero sin violencia.
En defensa de Dios. De hecho, en legítima propia defensa.
Jesús nunca fue “teatrero”
También, muchos pintores clásicos nos mostraron en sus obras
a un Jesús haciendo gala, públicamente, de sus dotes y dones.
Como, por ejemplo, en el conocido episodio del milagro de la
conversión del agua en vino de gran calidad ocurrido en la
ciudad de Caná de Galilea.
El texto evangélico deja claro que el hecho sucedió fuera del
recinto en el que se celebraba la boda, es decir, donde se
encontraban las tinajas destinadas a las purificaciones de los
judíos. Tras el breve diálogo que se produce entre María y su
hijo Jesús, Juan (cap. 2, vers. 6 al 10) detalla:
"Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las
purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas
cada una.
Les dice Jesús: ‘Llenad las tinajas de agua.’ Y las
llenaron hasta arriba.
‘Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.’
Ellos lo llevaron.
Cuando el maestresala probó el agua convertida en
vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes,
los que habían sacado el agua, sí que lo sabían),
llama el maestresala al novio y le dice: ‘Todos
sirven primero el vino bueno y cuando ya están
bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino
bueno hasta ahora’".
Esas tinajas, destinadas a las abluciones-purificaciones rituales de los judíos, no estaban presentes en la sala del banquete.
Estaban fuera, en algún lugar antes de la entrada, en el ingreso de la gente a las dependencias del edificio. Eran "de piedra" y
por tanto no movibles, de un enorme peso estando llenas, ya que su capacidad estaría entre los setenta y los cien litros cada
una (la expresión "sacadlo ahora y llevadlo al maestresala" se refiere a sacar el vino de las tinajas, no a las tinajas en si, para
someterlo a la aprobación del encargado y responsable del banquete). En una sala de banquetes hubieran sido un gran estorbo
por no ser trasladables.
Es por eso que uno no entiende pinturas como la que acompaña estas líneas (de Maerten de Voos y presente en la Catedral de
Amberes), donde vemos a Jesucristo entre las miradas curiosas, admiradas y sorprendidas de los comensales del banquete, sin
ningún recato ni discreción, en medio de los invitados, como autor reconocible de tan espectacular milagro.
Jesús fue alguien muy humilde y comedido, que quiso pasar desapercibido siempre que pudo, aunque en ocasiones, sobre todo
al final de su vida, no lo consiguiera.
Incluso manifiesta un cierto disgusto ante la petición de su madre de que remedie la situación (en aquellos tiempos, nada más
embarazoso para los organizadores de un banquete que quedarse sin vino a media fiesta). Finalmente accede por que ella se lo
pide, simplemente por deber de obediencia filial, pero demostrando con sus palabras que nada más lejos de sus intenciones
darse a conocer ya, públicamente, como quien era en realidad.
En el evangelio del que tratamos (Juan, cap. 2, vers. 4) Jesús afirma: "Todavía no ha llegado mi hora". Después de esta frase
no es concebible pensar que Jesús quisiera manifestarse como un espectacular hacedor de milagros ante la vista de los
asistentes al banquete. Sin lugar a dudas, la discreción tuvo que presidir su acción.
Un ejemplo más de esas interpretaciones erróneas y a la vez bienintencionadas, que nos hablan de un Jesucristo que no se
corresponde con el que globalmente transmiten los evangelios. En los dos casos descritos, particularmente.
Todo lo que antecede (hay más ejemplos, pero por ahora ya es suficiente por no alargar demasiado este artículo), dicho sin
menoscabo de la admiración artística que me sugieren tan grandes artistas y reconociendo la buena intención que con toda
seguridad presidió su obra.