El Evangelio contado a los escépticos
La respuesta está en Dios
Tu opinión
Un anuncio extraordinario.
Uno
de
los
episodios
más
importantes
de
la
vida
de
Jesús
es,
sin
duda
alguna,
su
encarnación,
porque
sin
ella
nunca
hubiera
habido
Redención.
Algo
vital
en
la
historia
de
la
Salvación
que,
sin
embargo,
por
su
inconmensurable
transcendencia,
no
fue
inmediatamente
entendido
en
su
extraordinaria
profundidad
-aunque
sí
totalmente
aceptado-
por
su
madre,
María.
Ese
momento
crucial
fue
el
preludio
de
un
paulatino
y
cada
vez
más
profundo
conocimiento
de
la
verdadera
identidad
de
su
hijo.
Examinaremos
en
este
artículo
ese
camino
de
conocimiento
que
María
siguió.
Y
lo
haremos
a
la
luz
de
los
Evangelios.
Fijaremos
primero
nuestra
atención
en
aquello
que
se
desprende
de
la
respuesta
de
María
al
ángel
cuando
éste
le
anuncia
que
el Señor se ha fijado en ella para que sea la madre del Dios encarnado.
El diálogo nos lo describe San Lucas en su evangelio:
El
ángel
le
dijo:
“No
temas,
María,
porque
has
hallado
gracia
delante
de
Dios;
vas
a
concebir
en
el
seno
y
vas
a
dar
a
luz
un
hijo,
a
quien
pondrás
por
nombre
Jesús.
El
será
grande
y
será
llamado
Hijo
del
Altísimo,
y
el
Señor
Dios
le
dará
el
trono
de
David,
su
padre;
reinará
sobre
la
casa
de
Jacob
por
los
siglos
y
su
reino
no
tendrá fin.” María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”
(Lucas 1, 30-34)
La
respuesta
es
la
prueba
del
dogma
que
muchos
siglos
después
proclamaría
la
Iglesia:
el
de
la
Inmaculada
Concepción
de
María.
Hace
falta
decir,
primero,
que
en
aquel
momento
ella
y
José
ya
estaban
desposados.
En
esta
circunstancia,
por
tanto,
la
respuesta de María seria incomprensible, pues era previsible y natural que más tarde o más temprano ambos fueran padres.
¿Que
sentido
tendría
entonces
la
pregunta
“¿Cómo
será
esto...”
teniendo
en
cuenta
que
el
ángel,
simplemente,
le
dice:
“Vas
a
dar
a
luz
un
hijo”
cosa
obvia
que
podía
suceder
normalmente
con
José?
María,
pero,
aclara
su
pregunta:
“...
puesto
que
no
conozco
varón?”
(el
vocablo
“conocer”,
en
expresión
de
aquellos
tiempos
y
lugares
y
en
este
caso
en
concreto,
venía
a
significar
algo
así
como
“tener
un
conocimiento
íntimo”).
Observemos
que
María
utiliza
el
presente
como
tiempo
verbal.
“No
conozco”
dice.
Y
no
añade:
“Pero
ya
conoceré”.
Utiliza
el
presente
como
nosotros
podemos
decir
“Soy”
hombre
o
mujer,
referiéndonos no sólo al ahora sino, también, al futuro inmediato.
Observemos,
además,
que
el
ángel
no
le
ha
dado
ningún
plazo
para
el
cumplimiento
de
aquello
que
le
anuncia.
¿No
era
lógico
pensar
que
el
padre
de
aquel
hijo
anunciado
sería
José?
Recordemos
que,
hasta
aquí,
el
ángel
no
ha
dicho
aun
de
donde
vendrá
aquel
hijo,
sólo
le
está
avanzando
la
gran
importancia
que
tendrá
para
su
pueblo:
“...Será
grande
y
será
llamado
Hijo
del
Altísimo,
y
el
Señor
Dios
le
dará
el
trono
de
David,
su
padre;
reinará
sobre
la
casa
de
Jacob
por
los
siglos
y
su
reino
no
tendrá
fin”.
¿Por
qué,
pues,
se
pregunta
de
qué
manera
se
podrá
hacer
realidad
el
anuncio
de
su
futura
-en
fecha
indeterminada-
maternidad?
En
lugar
de
expresar
su
sorpresa
por
un
anuncio
tan
enorme,
lo
que
pregunta
es
cómo
podrá
infantar
siendo
virgen.
Y
no
se
preguntan
obviedades,
sólo
se
preguntan
aquellas
cosas
que
se
desconocen,
dadas
las
circunstancias.
Podemos
creer,
en
consecuencia,
que
María
habría
decidido
seguir
siendo
virgen,
que
con
toda
seguridad
José
era
partícipe
de
ello
y
que,
por
tanto,
estaba
de
acuerdo.
No
es
verosímil
(lo
contrario
hubiera
sido
absurdo)
que
María
le
hubiese
ocultado
esa decisión, sino que, por el contrario, es lógico pensar que ambos se pusieran de acuerdo en este sentido.
Dios
escogió
por
madre
de
su
Hijo
en
la
Tierra
a
la
más
pura
e
inocente
de
las
mujeres.
Aquella
que
deseosa
de
una
vida
espiritual
intensa
tenía
en
su
mente
y
en
su
corazón
acercarse
lo
máximo
posible
a
aquel
que
era
el
inductor
de
tal
deseo:
Dios.
¿Es
eso
una
condenación
o
negación
del
matrimonio
procreador
humano?
Evidentemente,
no.
Pero
todos
sabemos
que
la
castidad
depura
las
almas
como
el
fuego
lo
hace
con
el
oro.
La
castidad
no
es
sólo
un
sacrificio
(ésta
sería,
de
hecho,
su
característica
menos
relevante),
sino,
sobre
todo,
tiene
sentido
de
elevación
espiritual,
de
depuración
de
aquello
que
somos
por encima de todo: un alma. Es el camino que algunos eligen para sentirse más cerca de Dios.
Confrontemos
ahora
este
episodio
con
el
paralelo
de
Zacarías
(el
marido
de
Isabel,
su
prima,
embarazada
por
esos
mismos
días) a quien también un ángel le anunció que su esposa daría a luz un niño:
Para
María,
que
no
pone
en
duda
la
certeza
de
las
palabras
del
ángel
(la
utilización
del
tiempo
verbal
“será”
equivale
a
una
afirmación:
da
por
hecho
que
lo
anunciado
por
el
ángel
se
llevará
realmente
a
cabo).
¿La
respuesta
de
éste?
Gloriosa
y
“llena
de
gracia”.
Para
Zacarías,
que
manifiesta
su
duda,
que
no
se
lo
acaba
de
creer,
ya
que
no
confía
en
las
palabras
del
ángel
pues
arguye,
a
continuación,
la
edad
avanzada
de
su
mujer
y
la
suya
como
impedimento
(como
si
Aquel
a
quien
anuncia
el
ángel,
Dios,
no
pudiera
realizar
la
maravilla
a
pesar
de
eso),
la
respuesta
es
dura,
punitiva
y
consecuente.
La
primera
cree,
pero
inquiere
la
forma
en
que
se
llevará
a
cabo
el
hecho,
el
segundo,
no
acaba
de
creérselo
y
por
ello
pregunta
como
sabrá
que será así, como sabrá que pasará como el ángel dice. Pide señales, pide signos… hay en él una cierta duda.
De
Dios
no
se
puede
dudar:
María
no
lo
hizo.
A
Dios
no
se
le
puede
pedir
ninguna
prueba,
ninguna
garantía.
María
tampoco
lo
hizo.
Sólo
la
fe
es
la
respuesta
a
dar.
Como
María
demostró.
Sólo
el
abandono
en
el
designio
divino
es
la
actitud
a
tomar.
Como María tomó.
Una comprensión progresiva
Sin
movernos
del
Evangelio
según
San
Lucas,
veamos
como,
progresivamente,
María
va
aclarando
las
múltiples
preguntas
que
debía
de
tener
en
su
mente,
no
en
su
corazón,
sobre
cual
sería
la
forma
en
que
las
palabras
del
ángel
se
harían
realidad.
Recordémoslas:
“Será
grande
y
será
llamado
Hijo
del
Altísimo,
y
el
Señor
Dios
le
dará
el
trono
de
David,
su
padre;
reinará
sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.”
Lo
hemos
dicho
anteriormente:
el
mensaje
es
sorprendente
en
primer
lugar,
abrumador
después
y
lleno
de
interrogantes
a
continuación.
Pero
todo
eso...
¿cómo
se
va
a
desarrollar?
¿Qué
hechos
marcarán
ese
destino
extraordinario?
¿Cuál
será
su
trascendencia?
María
sabe,
a
partir
del
anuncio
del
ángel,
que
el
destino
de
su
hijo
no
es
nada
normal,
que
no
será
un
hombre
como
los
demás,
que
el
futuro
le
deparará
grandes
cosas...
pero
no
se
le
da
ningún
calendario,
ni
indicios
claros
del
método...
y,
además,
¿qué
quiere
decir
aquello
de
que
será
llamado
Hijo
del
Altísimo?
Y
lo
del
reino,
sentado
en
el
trono
de
David,
sobre
el
pueblo de Jacob y que no tendrá fin... ¿qué quiere decir exactamente?
Las
preguntas
que
se
formularía
María
debieron
de
ser
múltiples
y
las
respuestas
las
iría
conociendo
paulatinamente.
En
diversas
ocasiones,
el
evangelio
nos
describe
cómo
debió
de
aprender
y
asimilar
María
quien
era
realmente
su
Hijo
a
través
de
algunos hechos significativos y de la comprensión meditada de los mismos en su corazón. Veamos los textos:
En el segundo capítulo de Lucas leemos:
“María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”
(Lucas 2, 19).
(después de la adoración de los pastores en Belén)
y:
“Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.” (Lucas 2, 51)
(después de haber encontrado a Jesús en el templo a la edad de doce años)
También
escucha
a
Simeón,
el
hombre
justo
y
piadoso
que
tenía
el
don
del
Espíritu
Santo
(Lucas
2,
25),
el
cual,
en
una
revelación, supo que no moriría sin haber visto al Mesías. Al ver a Jesús, exclamó:
“Ahora,
Señor,
puedes,
según
tu
palabra,
dejar
que
tu
siervo
se
vaya
en
paz;
porque
han
visto
mis
ojos
tu
salvación,
la
que
has
preparado
a
la
vista
de
todos
los
pueblos,
luz
para
iluminar
a
los
gentiles
y
gloria
de
tu
pueblo Israel.”
(Lucas 2, 29-32)
Y Lucas añade:
“Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él.”
(Lucas 2,33)
En el episodio anteriormente mencionado del reencuentro con su hijo en el templo y después de la respuesta de Jesús:
“Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”
(Lucas 2, 49)
el evangelista explica:
“Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.” (Lucas 2, 50)
Por
tanto,
son
varias
las
ocasiones
en
que
se
manifiesta
la
revelación
que
recibe
María
(y
por
ende
también
José)
mediante
los
acontecimientos
que
suceden
en
sus
vidas,
en
el
descubrimiento
progresivo
y
exacto
de
la
verdadera
personalidad
de
Jesús
y
de
su
misión
como
salvador
de
la
humanidad.
Estaban
entendiendo
en
toda
su
honda
inmensidad
cual
era
el
significado
exacto
de las palabras del ángel.
Pero
las
primeras
preguntas
sobre
el
“cómo”
van
siendo
respondidas
al
entender
el
“quien”.
A
aquel
primer
anuncio
de
un
destino
como
nunca
antes
había
tenido
nadie
en
el
mundo,
superior,
incluso,
al
de
los
profetas
que
conocen
bien
por
los
libros
sagrados y lleno de tantas preguntas, sigue el descubrimiento maravillado de quien es realmente aquel niño que ven crecer.
Después,
y
ya
lo
demuestra
en
las
conocidas
como
«Bodas
de
Caná»,
María
“sabe”.
La
convivencia
con
su
hijo
durante
treinta
años
y,
por
tanto,
las
múltiples
ocasiones
en
que
lo
pudo
ver,
oír
y
actuar
le
habría
hecho
comprender,
definitivamente,
quien
era en realidad Jesús en toda su extensión.
Hasta
la
cruz
le
acompañó.
Ya
con
pleno
conocimiento
de
causa.
María
asumió
su
papel
en
la
historia
de
la
Salvación
y
su
rol
de
Madre
nuestra
(Jesús
crucificado
a
su
discípulo:
“Ahí
tienes
a
tu
madre”:
Juan,
19,
27)
con
total
aceptación,
responsabilidad
y
entrega
y,
sobre
todo,
siéndonos
la
intercesora
perfecta
(vease,
a
este
fin
y
dentro
de
esta
misma
web,
la
página
sobre
las
“Bodas
de
Caná”
).
Una
intercesión
que
en
mi
caso
ha
sido
siempre
real
y
efectiva.
Como
ustedes
no
me
conocen
pueden
creer
en
mis
palabras
o
no,
en
mi
sinceridad
o
no,
pero
yo
afirmo
que
he
experimentado
en
mi
vida,
muchas
veces,
esa
influencia
intercesora de María.
Ojalá
que
quien
esté
leyendo
estas
líneas,
si
aun
no
la
ha
experimentado
en
la
suya,
pueda
encontrarla.
Acérquense
a
ella…
les espera.
María y su humilde aceptación
y paulatina comprensión de quien
era realmente Jesús, su hijo.
María y el ángel (Lucas 1, 34-35):
“¿Como será esto, puesto que no conozco varón?”
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra…”
Zacarías y el ángel (Lucas 1, 18-20):
“¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer
avanzada en edad”
“Te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día
en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a
mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo”