La respuesta está en Dios
El Evangelio contado a los escépticos
La insólita historia del sicomoro,
el hombre bajito y
una invitación inesperada.
¿Sabes qué es un sicomoro? Pues, un árbol que crece sobre todo
en Oriente, llega a alcanzar los veinte metros de altura y cuya
sombra se agradece sobremanera, sobre todo en aquellas cálidas
tierras, por ser un árbol de copa ancha.
Un árbol sui géneris que no siempre se encuentra con una forma
parecida en todos los sitios, ya que muchas veces adopta
apariencias diversas. Es, de hecho, un árbol poco homogéneo,
por decirlo de alguna forma.
Para un personaje como Zaqueo, cobrador de impuestos, es más,
jefe de recaudadores, que según se especifica en el evangelio de Lucas era “bajo de estatura”, no debió serle fácil subir a una
de las ramas de aquel árbol. Por su complexión debió de suponerle un evidente esfuerzo. Lo que si le sería aun más difícil
debió ser ponerse en aquella tesitura, él, un hombre de un cierto “status” social, muy rico, odiado por muchos por su oficio,
pero, al fin y al cabo, un personaje de renombre en aquel tiempo y lugar.
Allí se agolpaba la multitud y nuestro personaje no podía ver nada. Jesús se acercaba, Zaqueo lo adivinaría por los gestos y
vítores de la gente (preludio de los que horas después le dedicarían en Jerusalén, ya que esa escena ocurría el día que
nosotros conocemos como “Domingo de Ramos”, es decir, a sólo cuatro días de su Pasión y en Jericó, a 27 kilómetros de la
capital).
Tendría que resignarse, quizás no podría verle,... pero eran tantas las ganas que tenía de poder hacerlo...
Zaqueo lo consiguió, subió al árbol, con la dificultad que podemos suponer por su complexión física, pero decidido a ver a
Jesús. Y con su vestido elegante… y con su representatividad pública… y con su riqueza…
Ese esfuerzo físico y “social” (por llamarle de alguna manera) no pasaría desapercibido para Cristo. De entre la multitud, el
Mesías fue a fijarse en ese hombre pequeño que se había subido a un árbol “difícil” para él para verle, y que sin tener en cuenta
las burlas y chanzas de las gentes y los comentarios despreciativos que le señalarían, había puesto todo esto en segundo
plano para priorizar lo único que le importaba en aquel momento: ver al Maestro.
Y Jesús apreciaría eso,... le llama, se hace invitar a su casa, come con él, provoca su arrepentimiento y la confesión de que
devolverá cuatro veces lo tomado ilegítimamente a aquellos de quienes se puede haber aprovechado, y, encima, dará la mitad
de sus bienes a los necesitados.
Una conversión en toda regla.
No es sólo la historia en si, no es sólo su aleccionador colofón, no es sólo la demostración de la sabiduría innata de Jesús que
sabe leer entre líneas en las actitudes de la gente. Es el hecho de que probablemente escogió a Zaqueo por esa demostración
de ganas e ilusión que patentizaba con su ascenso al sicomoro.
Y ahí viene la lección...
Un gesto de aproximación, un paso hacia Él, un interés aunque sea incipiente que se tenga en conocer mejor a Jesucristo,
reciben, de su parte, generalmente, una llamada especial y personalizada. Dios mismo viene a medio camino a buscarnos
(tema que desarrollamos más extensamente en el segundo artículo de la sección “Noticias de Dios”). Él sólo necesita un
acercamiento por nuestra parte, un deseo.
No podemos esperar que seamos “seleccionados” sin ningún tipo de iniciativa por nuestra parte por pequeña que sea. Eso
sería maravilloso, pero ocurriendo más veces de lo que sabemos (algunos casos en la sección “Testimonios” de esta web), no
es algo cotidiano. Por tanto, en muchas ocasiones, basta con un anhelo, un querer, un ruego en ese sentido para que Cristo
venga a invitarnos, nada más y nada menos que al banquete celestial.
Aunque eso no es tampoco algo automático (Dios escudriña los corazones, allí donde los humanos no podemos y Él sabe leer
mejor que nadie en lo secreto), pero tenemos, eso sí, muchos números para que podamos ser llamados. (Por supuesto,
estando atentos a su voz, no se nos fuera a escapar “distraídos” en el día a día de nuestros quehaceres cotidianos...).
¿A que esperamos para buscar nuestro sicomoro?
Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico.
Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura.
Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí.
Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que
hoy me quede yo en tu casa.»
Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.
Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.»
Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo
defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.»
Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el
Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
Texto del evangelio:
“Jesús y Zaqueo”
(Evangelio según san Lucas, cap. 19, versículos 2 al 10)