La respuesta está en Dios
El evangelio contado a los escépticos
El retorno del hijo pródigo
Fíjate... y mírale bien. Es la viva imagen del padre. Del Padre. Fíjate en su mirada. Observa su ademán. Emoción en los ojos y acogida sin reservas en el gesto. Misericordia infinita, en una palabra. ¿Sabes? Fue el primero en verle venir. Oteaba el horizonte sin parar. Esperando día tras día, año tras año, la vuelta de su hijo amado. No le preocupa la razón por la que ha vuelto. No le importa lo que haya detrás de esas ropas raídas y esos zapatos gastados. No le pregunta nada. Sólo le importa que él está en casa. Le cubre con sus manos mientras inclina su cuerpo, como protegiéndole en su regazo. Y observa ahora al hijo, que vuelve. Es la imagen de la derrota, pero está lleno de paz entre los brazos del Padre. Se podría decir que se acurruca entre ellos. Pide perdón. Sin tener que decir nada más. Y Él le acoge con todo el amor de un Padre que recobra a su hijo. “...se inclinará sobre tu espalda, Te dará un beso prenda de amor y de ternura, hará que te entreguen un vestido, un anillo, calzado. Tú temes todavía una reprensión, y Él te devuelve tu dignidad; temes un castigo, y te da un beso; tienes miedo de una palabra airada, y prepara para ti un banquete”. (*) Y es que Dios está hecho de misericordia y amor. ________ (*) San Ambrosio, en “Expositio Evangelii secundum Lucam 7”, citado por San Josemaría Escrivá de Balaguer en “Es Cristo que pasa”.
Así lo vió Rembrandt
Texto del evangelio: “El regreso del hijo pródigo” (Evangelio según san Lucas, cap. 15, versículos 11 al 32) Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde”. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”. Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus siervos: “Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: “Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.” El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: “Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!”. Pero él le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado”.
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