La respuesta está en Dios
Testimonios
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Paul Claudel: Entró en Notre Dame de París porque no tenía otra cosa que hacer... “En un instante mi corazón fue tocado y creí”
A veces, uno mismo es el principal obstáculo que se le presenta al alma para entender. La mente, la razón, se constituyen en fronteras muy difíciles de traspasar. Una dificultad que Dios soslaya, desdeñosamente, cuando por razones que nos es imposible discernir a los seres humanos decide irrumpir en la vida de alguien, de un ser humano personalmente escogido por Él por vaya usted a saber qué razones. Es lo que ocurrió en el alma del protagonista de nuestro siguiente testimonio. Primero, la manifestación plenaria de Dios, luego la batalla con su mente (cuatro años duró, hasta declararse vencido e incapacitado para oponerse por más tiempo a la evidencia de una absoluta e innegable demostración de la existencia divina). Paul Claudel, dramaturgo, poeta y diplomático francés, fue el beneficiario del hecho, cuando en la Navidad de 1886, hallándose en Notre-Dame de París porque no tenía otra cosa que hacer -según su propia confesión-, vive, sin haberla buscado, la más extraordinaria experiencia de su vida: “Durante el rezo de las Vísperas y, especialmente, cuando se recitaba el Magnificat fue "cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de duda, que después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla. De repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una revelación inefable". La gracia de Dios viene a colmar la vasija vacía, aunque Claudel es consciente de que queda un largo camino por recorrer. Siente miedo y horror ya que sus convicciones filosóficas permanecían intactas. (...) A este encuentro, absolutamente gratuito, inesperado e imprevisto, en el lugar y momento que él menos esperaba - como les sucedió a Pedro, a Pablo o a San Agustín- le siguen cuatro años de combate espiritual”. (De la introducción de Guadalupe Arbona Abascal al libro: “Paul Claudel. La Anunciación a Maria”) Una experiencia que es, a la vez, desconcertante e, incluso, aparentemente contradictoria: por un lado le convierte, le transforma, pero por el otro deja que sus conceptos filosóficos sigan intactos. Y es que estamos hablando, es evidente, de la fe en su sentido más puro, más interiorizado, más vivencial. Una fe capaz de convivir en él, durante un tiempo y como acicate hasta su completa conversión unos años después, con postulados intelectuales antagónicos. En aquel momento cumbre de su vida, esos razonamientos parecen mantener a Claudel a distancia de lo creyente, pero, sin embargo, esa luz extraordinaria que dimana de la experiencia vivida le llama a la fe imperiosamente, haciéndosele patente con un nivel de certeza que no puede soslayar. El lo expresa así: “¡Dulce emoción en la que, sin embargo, se mezclaba un sentimiento de miedo y casi de horror ya que mis convicciones filosóficas permanecían intactas! Dios las había dejado desdeñosamente allí donde estaban y yo no veía que pudiera cambiarlas en nada. (...) La única comparación que soy capaz de encontrar, para expresar ese estado de desorden completo en que me encontraba, es la de un hombre al que de un tirón le hubieran arrancado de golpe la piel para plantarla en otro cuerpo extraño, en medio de un mundo desconocido. Lo que para mis opiniones y mis gustos era lo más repugnante, resultaba ser, sin embargo, lo verdadero, aquello a lo que de buen o mal grado tenía que acomodarme. ¡Ah! ¡Al menos no sería sin que yo tratara de oponer toda la resistencia posible! Esta resistencia duró cuatro años. Me atrevo a decir que realicé una defensa valiente. Y la lucha fue leal y completa. Nada se omitió. Utilicé todos los medios de resistencia imaginables y tuve que abandonar, una tras otra, las armas que de nada me servían. (...) Pero, en fin, la misma noche de ese memorable día de Navidad, después de regresar a mi casa por las calles lluviosas que me parecían ahora tan extrañas, tomé una Biblia protestante que una amiga alemana había regalado en cierta ocasión a mi hermana Camille. Por primera vez escuché el acento de esa voz tan dulce y a la vez tan inflexible de la Sagrada Escritura, que ya nunca ha dejado de resonar en mi corazón”. (De la web: www.fluvium.org, que recoge estas palabras del libro de Paul-André Lesort: “Claudel visto por si mismo” y éste, a su vez, del de Paul Claudel: “Ma conversion”) Y es que cuando se experimenta la fe en alma propia es la más intensa emoción que uno puede sentir. Finalmente, la fe vence cualquier reticencia “intelectual”, el corazón triunfa sobre la mente. Saber, tener la certeza de que Dios está con uno, que Él es cierto, que no es ningún invento ni ningún pretexto, que es el sentido último de la existencia humana... es decir, tener fe, es una “dulce” pero intensa y emotiva vivencia: ni absorbe ni aplasta, ni limita ni recorta. Todo lo contrario, es el bálsamo que cierra todas las heridas, apaga todas las inquietudes, seca todas las lágrimas y, a la vez, confiere todas las energías. Porque... “La fe no es una fuerza con la que podamos evitar que se nos hundan las cosas, sino una fuerza maravillosa para no hundirnos nosotros en las cosas que se hunden”. (Autor desconocido. Citado en la web: www.mercaba.org)
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