Apreciado incrédulo: Busca un lugar tranquilo, sin ruidos exteriores. A ser posible, con poca luz, para que nada te distraiga. Siéntate cómodo, sosegado, apacible. Vacía tu mente de deseos materiales. Olvídate por un momento de preocupaciones (aunque en este momento te duela algo). Y dí ahora esta plegaria. Aunque no creas… sólo por si acaso. No vas a perder nada con leerla. Medítala. Vívela. Ofrécela. Es tu oportunidad. También por si acaso… Dios te va a escuchar… seguro. Con una sonrisa complacida. Quizás con sorpresa. Pero con la alegría de quien estuvo esperando tanto tiempo un gesto tuyo. Cree, por un momento, si eres ateo, que puede ser verdad. Cree, por un momento, si eres agnóstico, que es verdad. Cree, para siempre, si eres un cristiano tibio, que esta es tu verdad. Por si acaso... LA PLEGARIA DEL INCRÉDULO Perdón te pido, Señor… si, como dicen, estás ahí. Porque estando siempre conmigo, no te veo. Porque hablándome al oído, no te escucho. Porque llenándome la vida, a veces me siento vacío. Ya ves... ¡qué insensato soy! Tú en mi... y yo fuera de ti. Tú haciéndome de guía... y yo sintiéndome perdido. Tú ofreciéndome la felicidad... y yo quejándome. Perdón te pido, Señor… si, como dicen, estás ahí. Porque siendo amado por ti, no te correspondo. Porque teniéndome tú siempre presente, yo no pienso en ti. Porque ofreciéndome la eternidad a tu lado, prefiero que, al menos de momento, no venga. Ya ves... ¡qué insensato soy! Tú regalándome tu amor... y yo no acogiéndolo. Tú abrazándome en los peores momentos... y yo con los brazos caídos. Tú entregándote... y yo no recibiéndote. Perdón te pido, Señor… si, como dicen, estás ahí. Porque estando a mi lado, en el necesitado, no te socorro. Porque viniendo a mi, en el forastero, te rechazo. Porque sufriendo conmigo, creo que sufro solo. Ya ves... ¡qué insensato soy! Tú con la mano extendida... y yo con las dos en los bolsillos. Tú con tus pies andando con los míos... y yo mirando de no tropezar. Tú señalándome la meta... y yo rehuyendo el camino. Perdón te pido, Señor… si, como dicen, estás ahí. Porque intuyendo que eres la Plenitud, no busco estar lleno. Porque presintiendo que eres la Felicidad, no intento obtenerla. Porque sospechando haber recibido de Ti tantos dones, no lo reconozco. Ya ves... ¡qué insensato soy! Tú dibujándome en tu acto creador... y yo no reconociendo tus trazos en mi. Tú escribiendo mi nombre, ya entonces... y yo olvidándome de ti. Tú construyendo mis caminos... y yo andando por los míos. Perdón te pido, Señor… si, como dicen, estás ahí. Porque estando en todas las cosas, no te espío. Porque viniendo a mi en el transcurrir de mis días, no te atisbo. Porque encontrándote delante, detrás y a cada lado, no te tropiezo. Ya ves... ¡qué insensato soy! Tú en todo... y yo en nada. Tú fijado en mis genes... y yo buscándote lejos. Tú presente en mis venas... y yo ausente de mi corazón. Perdón te pido, Señor… si, como dicen, estás ahí. Porque tú debes ser fuego, y yo no me quemo. Porque tú debes ser tormenta, y yo no me mojo. Porque tú debes ser vendaval, y yo no me muevo. Ya ves... ¡qué insensato soy! Tú queriéndome contigo... y yo escondiéndome. Tú llamando a mi puerta... y yo sin abrirte. Tú invitándome al banquete... y yo sin vestirme de gala. Perdón te pido, Señor… si, como dicen, estás ahí. Porque intuyo que te necesito urgentemente, pero no voy a por ti. Porque a veces no consigo estar alegre, a pesar de sospecharte en mi. Por la desesperanza que me arrastra en ocasiones, por no acabar de creer en ti. Ya ves... ¡qué insensato soy! Yo teniéndote de Padre… como quien se siente huérfano. Yo sin aprovechar tu generosidad... como si mi alma ya lo tuviera todo. Yo recitándote esta inesperada confesión... como si tu no la hubieras leído ya en mi corazón. Desde estas líneas que son mi posibilidad. Desde lo más profundo de mi. Desde cada lágrima y cada suspiro. Desde el último rincón de mi conciencia... Perdón te pido, Señor… si, como dicen, estás ahí.
La respuesta está en Dios
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“Tú no me buscarías si no me hubieses encontrado, dice el Dios de Pascal. No me matarías si no me sintieses vivir, dice el Dios de los ateos.” Giovanni Papini. De “La escala de Jacob”
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