André Frossard, ateo irreductible:
“Dentro de dos minutos seré cristiano”
Testimonios
André Frossard, hijo del primer secretario general del Partido Comunista francés, fue educado en el socialismo y en un ateísmo
absoluto. Su familia pensaba que la discusión religiosa era algo superado por la razón. Se consideraban, además, ateos
perfectos, ya que ni se planteaban la pregunta sobre la existencia de Dios.
En esta postura ideológica es cuando vive la extraordinaria experiencia que él mismo explicaría después en un libro del que
selecciono y sintetizo algunos fragmentos.
A una primera narración de las circunstancias que preceden al hecho en si, su espera en la calle de un compañero que ha
entrado por una pequeña puerta a una capilla, añade una exposición pormenorizada de su estado anímico en aquellos
momentos:
“¿Cuáles son mis pensamientos? No me acuerdo. Vagos, como de costumbre... ¿Mi estado interior?... sin
ninguna de esas perturbaciones que, según se pretende, disponen al misticismo (...) No tengo angustias
metafísicas (...) No tengo preocupaciones, no las causo a los demás... el año es tranquilo... ninguna
ansiedad... Mi salud es buena; soy feliz, tanto como se puede ser y saberse... y espero. En fin, no siento
curiosidad alguna por las cosas de la religión...”.
Relato al que sigue una frase que a mi, personalmente, me emociona y estremece cada vez que la leo por ser quien es el que
la pronuncia, alguien que se acaba de describir a si mismo, hace sólo unos segundos, como un ateo absolutamente
desprovisto de inquietudes hacia la fe. Alguien a quien, sin embargo, va a sucederle esto:
“
Son las cinco y diez. Dentro de dos minutos seré cristiano”.
Impactante frase que precede a la descripción del espectacular hecho, de la impresionante experiencia que va a cambiar su
vida. Algo que trastoca su existencia en cuestión de sólo esos “dos minutos” que él mismo nos acaba de especificar.
Definiéndose como un “ateo tranquilo”, se cansa de esperar a su amigo, que tarda más de lo previsto en aparecer. Movido por
una especie de curiosidad artística hacia el edificio en si, entra en la capilla y una vez cruzado el umbral de la puertecita que le
da acceso se detiene e intenta reconocer a su amigo entre las personas arrodilladas que se encuentran allí.
Y examina el lugar...
“Mi mirada pasa de la sombra a la luz, vuelve a la concurrencia sin traer ningún pensamiento, va de los fieles
a las religiosas inmóviles, de las religiosas al altar: luego, ignoro por qué, se fija en el segundo cirio que arde
a la izquierda de la cruz. No el primero, ni el tercero, el segundo. Entonces se desencadena, bruscamente, la
serie de prodigios cuya inexorable violencia va a desmantelar en un instante el ser absurdo que soy y va a
traer al mundo, deslumbrado, el niño que jamás he sido”.
A partir de ahí Frossard detalla, con palabras que se le quedan escasas ante tal experiencia, o -para usar su misma expresión-
que le resultan “huidizas”, la sucesión de extraordinarias vivencias que como en un alud imparable sacuden su alma:
“No digo que el cielo se abre; no se abre, se eleva, se alza de pronto... ¿Cómo describirlo con estas palabras
huidizas, que me niegan sus servicios y amenazan con interceptar mis pensamientos para depositarlos en el
almacén de las quimeras? El pintor a quien fuera dado entrever colores desconocidos, ¿con qué los pintaría?
A pesar del alto grado de estupefacción en que se halla Frossard en aquellos momentos, acierta a describir, como puede y con
vehementes palabras, lo que esta viviendo… habla sobre todo de una luz indescriptible, que podría destruirle si alcanzara un
nivel más, transparente y densa a la vez…
Luego se centra en describir la divina realidad que se le evidencia:
“Él es la realidad, él es la verdad, la veo desde la ribera oscura donde aún estoy retenido. Hay un orden en el
universo, y en su vértice, más allá de este velo de bruma resplandeciente, la evidencia de Dios; la evidencia
hecha presencia y la evidencia hecha persona de Aquel mismo a quien yo habría negado un momento antes,
a quien los cristianos llaman Padre nuestro...
Su irrupción desplegada, plenaria, se acompaña de una alegría que no es sino la exultación del salvado, la
alegría del naufrago recogido a tiempo...”.
Más adelante concreta que todo ello acontece justo en un momento de su vida en que:
“...me
encontraba
en
cualquier
otro
camino
y
pensaba
en
cualquier
otra
cosa
cuando
caí
en
una
especie
de
emboscada:
este
libro
no
cuenta
cómo
he
llegado
al
catolicismo,
sino
cómo
no
iba
a
él
cuando
en
él
me
encontré”.
(Fragmentos del libro “Dios existe. Yo me lo encontré” de André Frossard)
Es uno de entre los muchos testimonios de personas que, de golpe y sin pretenderlo, reciben esa iluminación que les lleva al
convencimiento total y repentino de que Dios existe, algo que hasta aquel momento habían negado rotundamente. En el caso
de André Frossard nos encontramos ante un hecho realmente espectacular por la forma de manifestarse esa conversión,
súbita e inesperada, y por los extraordinarios sentimientos que generó en él. Nada más y nada menos que la Fe.
La respuesta está en Dios
Conversaciones sobre el tema
por: Ángeles (Argentina):
Muy buen artículo, me parece interesante para demostrarnos (a nosotros deseosos de que se conviertan muchas
personas al cristianismo) que las personas que parecen menos probables lleguen al cristianismo. Es muy valioso el
caso de Frossard, y tan inexplicable como lo fue para él mismo, pero nos demuestra que los caminos del señor son
misteriosos.
La respuesta está en Dios:
Muchas gracias por tu aportación.
Sí, pienso que tienes toda la razón en afirmar que «los caminos del Señor son misteriosos». La mente humana es
incapaz de comprenderlos, estamos en otra dimensión.
Dios es «omnisciente», es decir, sabe de antemano cual va a ser nuestra respuesta, nuestra acción, en cada
circunstancia. Pero como tiene que respetar nuestra libertad y albedrío… no nos obliga a nada, pero nos enseña el
camino. Por eso hay que estar muy atentos para saberlo encontrar según Su Voluntad.
Frossard fué escogido, sin razón humana aparente, para una conversión espectacular, repentina y total… Dios sabía
lo que haría con ese regalo. Lo expresó Juan Pablo II, con quien le unió una buena amistad, cuando en una carta
remitida a la familia con ocasión de la muerte de su amigo, declaraba el compromiso que había animado su vida en
el seguimiento de Cristo y en dar testimonio en el mundo que le rodeaba de la existencia de Dios y de la fuerza del
evangelio.
El hecho extraordinario que había vivido le cambió por completo la vida. Y actuó en consecuencia, que es lo
importante.
Escrito el miércoles 30 de noviembre 2016
Escrito el domingo 13 de diciembre 2020
por: Mario (Portugal):
Li o livro, em português: Deus existe, eu encontrei-o. Impressionante, maravilhoso. Mas quaisquer adjetivos que se
usem para descrever o acontecimento ficam muitíssimo longe da experiência vivida por Frossard.
Traducción (del traductor de Google):
Leí el libro, en portugués: Dios existe, lo encontré. Impresionante, maravilloso. Pero cualquier adjetivo que se use
para describir el evento está muy alejado de la experiencia de Frossard.
La respuesta está en Dios:
Ante todo, gracias por tu colaboración.
Si. Debió de ser indescriptible. El propio autor lo describe, como puede, así: “¿Cómo describirlo con estas palabras
huidizas, que me niegan sus servicios y amenazan con interceptar mis pensamientos para depositarlos en el
almacén de las quimeras? El pintor a quien fuera dado entrever colores desconocidos ¿con qué los pintaría?”
Lo mismo ocurriría con el músico que oyera por primera vez sones y notas inéditas fruto de nuevas escalas
musicales hasta hoy ignoradas ¿con que instrumento las interpretaría, cómo las escribiría en una partitura? O el
arquitecto que soñara formas técnicamente imposibles pero reales en la práctica, ¿cómo las construiría?
Es cierto. Cuando intentamos describir experiencias en el rango de lo divino, es cuando comprendemos que
estamos intentando entrar en una dimensión que, en esta vida, nunca conseguiremos entender: la dimensión de
Dios. Es sencillamente imposible para nuestras entendederas humanas.
La única posibilidad estriba en ser santos. Para poder entrar en esta dimensión incomprensible hoy, pero hogar
nuestro en la otra vida.